Limpieza y delito
Ojeo el último número de ICON Diseño de El País y constato lo que ya me había advertido Nerea: lo de poner patas a los sofás no es una moda más, que viene y va, no es una tendencia. Es el triunfo de los robots aspiradora sobre el mobiliario, es un nuevo paso en la dictadura de la limpieza sobre el diseño.
No digo que no haya que ser limpio, a mí a limpio no me gana nadie, pero me preocupa la influencia que la limpieza va teniendo en la toma de decisiones en un proyecto. Parece que la arquitectura haya de ser, no solo utilitas, firmitas y venustas, sino también pulcra.
Tengo la sensación de que hemos cedido los primeros veinte centímetros de nuestra casa al robot de la limpieza. No es sólo eso. Estamos eliminando de nuestra vida ese momento emocionante den que, tras una limpieza quinquenal o barrido que sigue al cambio de muebles de la sala principal, aparece el chupete o el pelo de un pinipón, quizá la tapa del mando de la tele o una pila sulfatada.
A ver si no voy a ser tan limpio. La verdad es que nunca me gustó aquella mañana de sábado semestral en que mi madre decidía que había que limpiar los libros de la biblioteca. Había que bajarlos todos y luego cepillarlos con brío uno por uno. Nunca lo entendí. El libro se deja en su sitio y, cuando se usa, es autolimpiable. Dos sacudidas y a leer.
Ya me preocupó en su momento que el mismo Código Técnico de la Edificación, ¡nada menos que la normativa que rige cómo han de ser nuestras construcciones!, se ocupase de limpiar los cristales hasta hacerlo obligatorio. Igual me paso de liberal, pero empiezo a asustarme cuando veo que el estado se preocupa de cómo limpio o de si limpio los cristales de mi ventana. Me pregunto de si algún otro país se habrá legislado algo así:
Los acristalamientos de los edificios cumplirán las condiciones que se indican a continuación, salvo cuando esté prevista su limpieza desde el exterior (véase punto 2) o cuando sean fácilmente desmontables:
a) toda la superficie del acristalamiento, tanto interior como exterior, se encontrará comprendida en un radio de 850 mm desde algún punto del borde de la zona practicable situado a una altura no mayor de 1300 mm.
Cuando leí esto por primera vez, allá por 2005, me pregunté si esto de limpiar los cristales era una cosa que preocupase a todo el mundo, si todo el mundo limpiaba los cristales y si, en todo caso, no era posible elegir no limpiar cristales si uno no quiere. Lo que debería estar prohibido es sacar medio cuerpo fuera o medio cuerpo y un palo de selfie para dejar los cristales transparentes.
He sido usuario de cristales toda mi vida y nunca he sentido la necesidad de limpiarlos. La orientación y la exposición pueden dar problemas de suciedad, pero, en general, un cristal sin limpiar no se percibe, salvo que cometamos el error de limpiar el de al lado. De todos modos, cada cual que haga lo que le parezca bien. Informemos al cliente y si, en uso de su libertad, decide que prefiere un acristalamiento grande pero sucio y, por nuestra seguridad, con su compromiso escrito de no exponer su vida por la limpieza, hagamos el acristalamiento que nos parezca bien a ambos, sin que el legislador tenga que venir a ayudarnos. Eso sí, si el propietario expone su vida, sea para limpiar su ventana, su muro, para colgar una lámpara o desatascar un inodoro, no me hagan responsable a mí. Creo que ya tengo bastante con lo que firmo con cada obra que termino.
Ya está el arquitecto prepotente diciendo cómo han de ser las cosas para que a él le quede su obrita mona y fardar. No, no pretendo imponer nada a nadie. Creo saber cómo hacer limpiables todos los elementos de una construcción, si el cliente lo requiere. Lo que pretendo es que, si su suciedad no afecta a la seguridad, si es un acuerdo entre cliente y arquitecto, si ambos sabemos de qué hablamos, nos dejen hacer.
En el año que pasé en el ático de la casa de los lagartos, pude disfrutar del Bulevar de Santa Bárbara a través del tremendo ventanal que presidía el espacio principal del curioso y alargado piso. Aquella cristalera no había sido limpiada en años. Yo tampoco la limpié y no creo que haya sido limpiada después. Y la vista del bulevar se seguiría disfrutando… si siguiese habiendo bulevar.
En esto de limpiar conviene tener claro algo que casi todo se limpia solo y lo que no se limpia, solo lo limpia el agua o, digamos, lo mantiene más o menos. Una vez, en una conversación de café alguien preguntó cómo se limpian las persianas. Estuve a punto (no lo hagas, arquitecto, cállate) de decir que las persianas no se limpian. Pero me callé a tiempo y escuché, disciplinado, distintos métodos, que diferían en si acababa aquello en fractura o lumbalgia.
Con esto de la limpieza ya pasaron cosas graves hace tiempo. Hoy las playstations y xboxes han hecho olvidar el asunto, ya a nadie le importa. Pero todos vimos, sin hacer nada, cómo los patios de colegio iban perdiendo sus campos de juegos de tierra y eran hormigonados y asfaltados. Cuando era niño, en otoño hacíamos guas para jugar a las bolas y, en primavera, carreteras con bordes y leve mediana para hacer carreras de chapas.
Esto hoy es imposible. No queda un metro cuadrado de terreno permeable en los patios de colegio de España. ¿Quién provocó tal desastre? Y es un desastre, pues las celebraciones de goles sobre un campo asfaltado son, como mínimo, coser un par de rodilleras, betadine y unas cuantas tiritas. No lo tengo claro, pero fuera la contrata de limpieza, harta de barro en las aulas, o las familias, del mismo barro en las casas, las sucesivas protestas por la limpieza debieron de ser determinantes. Algo hizo, a veces, una obra de aparcamiento en el subsuelo, pero esto no obligaba al pavimento duro. La limpieza, fue la limpieza la que se inmiscuyó en el diseño de patios de colegio y abrió cabezas y rodillas.
En honor a mi colegio, tengo que decir que el campo de fútbol grande sigue con todos sus poros abiertos. Ya nadie hace guas ni emula a los ciclistas bajos los pinos, pero, Escolapios de Getafe, lo habéis hecho bien, no lo vayáis a estropear:
Entretanto, mis sofás van a seguir siendo un bloque, sin patas, bien plantados en el suelo y no habrá aspirador que recoja lo que ellos escondan. Ese placer lo dejo para mí.